jueves, 30 de abril de 2009

Malena

El hombre está sentado en el borde del sillón, casi en cuclillas. Tiene ambas manos entrelazadas y la mira fijamente. Ella está de pie enfrente, con los brazos colgandole relajados o exhaustos. Su cuerpo se viene a apoyar sobre el tacón de diez centímetros que le arquean los pies. Y entonces, el único de los dos que está en disposición de hablar, lo hace.

-Coge todos los libros que hayas leido alguna vez en tu vida y ponlos encima de la mesa.

Los brazos y el cuerpo relajado en tensión se endurecen al oirle, al saber cuál es la sentencia. Pero un rictus de horror al que se antepone el sentimiento de incomprensión por lo que esta pasando le desfigura su cara. Parece no poder hablar. Pero lo hace.

-¿Para qué?.
-Cógelos.

Está acostumbrado a hablar sin despegar demasiado los labios, para que ese cigarro eterno que nunca se consume no se le caiga al hacerlo.
Malena coge los libros uno a uno. Tarda en encontrarlos, en identificarlos. La biblioteca está repleta de ediciones antiguas y descatalogadas. Los que pone primero sobre la mesa son los de las ediciones nuevas, de colores, de bolsillo. Solo es necesario decir que él solo se fija en el primer título, Cumbres borrascosas, y el profundo desprecio es lo único que altera su expresión durante el suceso. Pone el último, La fábrica de las avispas, sobre una torre que parece que va a derrumbarse. Él se levanta.

-Ya está-con resolución. Hace dos llamadas perdidas y a los quince minutos suenan golpes en la puerta. Entran dos hombres más y se llevan los libros.
Después del golpe, ya no estaban en el mismo sitio. Se oía el mar y el viento. Hacía frío. Envolvieron su cuerpo con los libros que había leído. Cerca del pecho El corazón de las tinieblas, en el pubis El retrato de Dorian Grey y en torno a las piernas La enciclopeida del cine y El hombre sin atributos. Luego cubrieron estos últimos de cemento, y la tiraron al mar. Al irse hundiendo, las palabras se humedecían a medida que el agua iba pentrando las cubiertas. El libro se acoplaba al cuerpo hasta fundirse con él. Y cuando la última gota de agua le llenó los pulmones, el último libro y el cuerpo de Malena se deshicieron juntos bajo el mar. De aquello sólo quedaron las palabras, que aún contínuan flotando.

miércoles, 29 de abril de 2009

La baraja

Yo siempre he sabido que quiero vivir. Nunca he tenido la menor duda. Cuando ha llegado esa pregunta por otros, cuando les oigo decir que sería mejor no haber nacido, que no hay ningún sentido, sé que yo tampoco puedo encontrarlo y que muchas veces he sentido esa desesperanza y ganas de no estar. Pero cuando me lo pregunto la respuesta es un sí rotundo. No soy un vitalista. Por el contrario soy una persona negativa y pesimista. Que ya sabe que hay optimistas, y que también existe una clase de optimismo pantanoso que niega y oculta el verdadero sentimiento que subyace y cuyo fin es negar que sufrimos. Una negación en una sonrisa que es como un peso de plomo que tira hacia adentro mientras toda la expresión intenta tirar hacia arriba de él con las comisuras de los labios, y que trasmite cierta sensación de disonancia. De inquietud, de inestabilidad. Aun así, no hay cosa que me fastidie más que la gente que quiere leer lo que uno lee en el metro y los pesimistas orgullosos de serlo. Los que suponen que si alguien no lo es, es porque no sabe toda la verdad, o porque es un inconsciente, un tipo feliz por idiota. Es más probable que sea al reves. Llegar hasta el final es tener la baraja completa, y eso siempre incluye cartas buenas y malas. O jugadas en cuya mezcla hace que la sentencia final no sea tan definitiva.