lunes, 26 de abril de 2010

Ordet

Me sostuvo la puerta del metro para que pudiese pasar sin tener que empujarla.
Un sonoro gracias le digo, para que me pudiese oir aunque ya estaba a unos pasos de distancia.
No se volvió. Nada. No le dí importancia, no se puede dar importancia a todo lo que pasa en la vida subterránea, en el metro es decir, porque es el tránsito de los que viajamos por la rutina (toma ya). Pero es así, es casi un estado de la consciencia en el día a día, no adormecido sino con la atención puesta a media carga. Sumergirse sin remedio antes de hacer lo que realmente se va a hacer. Un coñazo inevitable.
Da la casualidad, o eso creía, que la senora, regordeta, de aspecto sano, bonachón, se sentó a mi lado. Yo leía mi revista, como siempre, y dice. Disculpe, se dirige a mí, ojos claros y amables. Pensé que tenía toda la pinta de estar perdida, que era orgullosa y se hacía la fuerte, pero que no sabía si había cogido la línea correcta y que me preguntaría si iba bien. ¿Conoces la palabra?. Nos reunimos todos los domingos en Capitán Valdeorense, porque a veces la gente tiene problemas y es muy duro enfrentarlos solos. Extiende la mano y me da un folleto con citas de la biblia, en las que básicamente se inspira temor. De manera que si al final el aspirante decide alistarse o aliarse con los predicadores de la palabra, lo hace por si acaso, porque para lo que le espera si no lo hace, vale la pena. Lo guardé en mi mochila, le dí las gracias de nuevo, pero esta vez en un tono amable, agradecido, pero seco, y seguí leyendo. En ese momento me dió un poco de lástima porque tuve la impresión de que era su primera víctima. Se acercó un hombre pidiendo dinero para el metro, y le respondió que no con la misma expresión encantadora (y en el fondo sé que se midió porque fue una muestra, un gesto que le expresaba ante mí, que acababa de intentar cautivarme. El gesto de alguna manera expresaba totalmente lo contrario de lo que predicaba, al menos desde su punto de vista, claro). Llegó el metro y subimos en vagones distintos. (Después hablando con los compañeros del ensobrado, he sabido que también les ha asaltado a ellos alguna vez). Siempre que se me acerca algún fanático de este tipo siento pena por ellos, pienso, pobre, no sabe que conmigo no tiene nada que hacer. Me parece que es una ironía, de hecho. No entiendo esa necesidad de convencer. No puede ser más que otra forma de expresar la duda que les corroe por convivir con una secta. Igual que los zombis que se comen el cerebro de la gente normal por instinto, pero con un matiz de complacencia, en la mayoría de los casos. Si el de esta señora me llamó la atención es porque ese matiz era de inseguridad, o miedo.