miércoles, 2 de junio de 2010

Atávico

El pájaro entró volando por el ventanal y se quedó en una esquina, junto a la estantería y la lámpara. Ella decía, lo sabía, sabía que iba a terminar entrando. Con frustración, enfado. Es un pájaro, nada más. No pasa nada sólo es un pájaro. Estaba en la esquina muerto de miedo, cuando me acercaba salía volando pero no conseguía remontar, llegar alto. Salío por la puerta y allí me encontré con un obrero que me ayudó a sacarlo a la calle. Esto es igual que con los gatos - dice - los coges de un zarpazo y ya está, te lanzas. No quería tocarlo, era demasiado frágil y pensaba en enfermedades (dada mi omnipresente inseguridad la actitud del otro me hizo dudar de hasta que punto soy un fino). Debe estar herido, y dice que No, lo que pasa es que un pichón, es muy pequeño (y aquí me pregunto que hasta qué punto vivo en un burbuja sin saber de las cosas normales que todo el mundo sabe). En la puerta choca con otro señor que entraba, se aparta, y al final consigue salir a la calle. Pero allí tampoco podrá volar.

No es la anécdota, es lo que la constituye o más bien lo que la rodea. El aleteo en el interior de la habitación, el miedo del pájaro, la imágen del pájaro acorralado, frágil, mi impotencia, el rechazo de ella (un reflejo heredado). Sobre todo el aleteo dentro de la habitación. Ese aleteo desesperado es lo que vuelve cuando menos me lo espero, despierta en mí algo atávico.