domingo, 13 de diciembre de 2009

Fiesta

Tengo las manos quemadas por el frío. A veces se tensan solas, desde dentro, y tengo que esperar a que vuelvan a relajarse.
Todavía estoy en medio de la sala, con los brazos pegados al cuerpo, mirando a mi alrededor, sin saber a dónde o con quién ir. ¿Por qué me habré metido yo en esto?. La alegría se convierte en una pesadilla estridente que inunda los oídos. Y debajo de las sonrisas hay mordiscos que quieren deprenderse de la boca en busca de carne. Unos cuantos, como no, lo miran todo desde fuera, y ese es su privilegio: consiguen que la mayoría sea prudente con ellos y que busquen sin darse cuenta su aprobación (el mejor ataque es una buena defensa). Tengo la sensación de que integrarse muchas veces conlleva deshacerse por dentro, derrumbarse en lo ajeno sin posibilidad de volver a ser uno. Hecho pedazos me sostengo en los brazos de las bailarinas y nos vamos todos al centro. La música serpentea y al final ese fuerte dolor en las manos, llenas de costras en carne viva entre el dedo pulgar, la palma de la mano y el índice.