jueves, 12 de junio de 2008

En el hoyo de la avestruz

Parece mentira: no hay gusanos, tampoco raíces.
No hay resquicios de un yacimiento arqueológico, ni los huesos de algún cadaver oculto.
Cuando el avestruz saca la cabeza, lo que queda es un vacío que despide un olor a letargo.
Un agujero removido en el que en cuanto se cae, las paredes desparecen y ya no son tierra.
Son un espacio en blanco en que se olvida por qué se ha caído.

Más peligrosa que la huída ante un peligro,
real o no, es deslizarse adentro sin darse cuenta.

martes, 10 de junio de 2008

Perfil atropellado

Comer con palillos barnizados, el frus-frus de los vestidos, el tacto de la berenjena al cortarla con el cuchillo, las camisetas de estampado riberesco... películas japonesas y vientnamitas, cine, cine, cine, la fotografía en blanco y negro, el egotismo tratado en la literatura y de cualquier manera, el ombligo en el cine, cine, cine... el teatro costumbrista, el efecto dramático de las luces en los cuerpos de los actores, la voz rebotando en las paredes del teatro que parece más bien la de la propia conciencia, el genio atormentado, la niña cursi y despiadada de Dickens, lamer el plato, el vaso del yogurt, sorber la silicona, solplar el polvo de la superficie de los muebles, el reflejo de la ventana en la madera oscura, los reflejos, de toda clase, chatos, estirados, irreales, distorsionados, ilustres o infames, los tangos y los cuerpos de tango, la sensualidad de la samba, amazonas de películas, los mimos, el huevo y el hueco que deja la avestruz donde había escondido la cabeza... Estoy seguro de que allí dentro no sólo hay tierra, estoy seguro de que un lugar desconocido y sin duda relajante se forma en torno a sus cabezas, y que cuando las sacan, queda allí almacenado todo su miedo, que se va acumulando al de otras especies que caen allí por casualidad. No puede existir lugar más terrorífico que este. La idea es otra de las que se suman a lo que quizá pudiera ser yo. Y no los títulos de los libros o la música o estas disertaciones. Yo soy mi egolatría, y esta va más allá de mí mismo, y de todo aquello que pasa por mí. Desde aquí, para el público que imagino y a causa de mí, un gran clamor para todo aquello que es dificil nombrar. O lo que no se nombra nunca.

domingo, 8 de junio de 2008

El placer de la lectura

Cuando no escribo, vivo. Rezan carteles en neon, resplandeciendo en la mente de inumerables escritores ya fallecidos, y de algunos falleciendo. A cada libro, un poco de experiencia posible o por ser, ahogada en la tinta que derrama sobre la hoja lo imaginado. Litros de sangre que ennegrece por la falta de oxígeno: a cada verso un día menos. A cada verso, un día más en otro por la piel que se dobla y que se encuaderna con piel. El placer del lector, es el placer del vampiro, el del parásito, el mejor de todos lo placeres.

El libro es una existencia completa, que se ha nutrido del seso bombeante que le ha dado vida, y que le sorbe toda la materia gris, y también la carmesí, por decirlo de alguna manera... esa existencia allí contenida, le devora por dentro desde la coronilla hasta los pies, para poder darse con la fuerza de una vida imaginada, que consume a esta otra del que la cuenta para poder tener toda la intesnsidad que ha ido perdiendo, que le ido haciendo desfallecer. Libro cerrrado, escritor enterrado.

Llegado ese punto, ocurre como en las tribus que practicaban la antropofagia, por la cual las cualidades del órgano devorado pasan al que las ingiere. El lector se ha alimentado de otro cuerpo que ahora ya forma parte del suyo, y que se diluirá con él.

Mientras un hombre fallece en un sótano, en algún rincón olvidado, hay un lector que se agiganta y se expande, lleno de gozo, cuando la implosión que es el libro, se apodera de él.