domingo, 8 de junio de 2008

El placer de la lectura

Cuando no escribo, vivo. Rezan carteles en neon, resplandeciendo en la mente de inumerables escritores ya fallecidos, y de algunos falleciendo. A cada libro, un poco de experiencia posible o por ser, ahogada en la tinta que derrama sobre la hoja lo imaginado. Litros de sangre que ennegrece por la falta de oxígeno: a cada verso un día menos. A cada verso, un día más en otro por la piel que se dobla y que se encuaderna con piel. El placer del lector, es el placer del vampiro, el del parásito, el mejor de todos lo placeres.

El libro es una existencia completa, que se ha nutrido del seso bombeante que le ha dado vida, y que le sorbe toda la materia gris, y también la carmesí, por decirlo de alguna manera... esa existencia allí contenida, le devora por dentro desde la coronilla hasta los pies, para poder darse con la fuerza de una vida imaginada, que consume a esta otra del que la cuenta para poder tener toda la intesnsidad que ha ido perdiendo, que le ido haciendo desfallecer. Libro cerrrado, escritor enterrado.

Llegado ese punto, ocurre como en las tribus que practicaban la antropofagia, por la cual las cualidades del órgano devorado pasan al que las ingiere. El lector se ha alimentado de otro cuerpo que ahora ya forma parte del suyo, y que se diluirá con él.

Mientras un hombre fallece en un sótano, en algún rincón olvidado, hay un lector que se agiganta y se expande, lleno de gozo, cuando la implosión que es el libro, se apodera de él.

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