miércoles, 11 de marzo de 2009

Salir al mundo

Viene a ser ir al zaguán de la casa, acercarme a ver quién acaba de tocar en la puerta. A quien a dejado pasar una señora que surge y nace cada vez del paragüero a causa del instinto de supervivencia, germinada allí para que el vínculo no se rompa y así evitar que al final nadie responda a la llamada del timbre o de los nudillos. La intermediaria. No me voy a complicar demasiado(me digo) para hacer entender que para poder dejar que alguien entre necesito mucho tiempo. Necesito acostumbrarme a su presencia. Dejar de tenerle miedo. Sea quien sea, y especialmente si le tengo afecto o admiración. Hoy ha sido uno de esos días en que he salido tarde del sótano que es el trabajo, y he venido hasta casa con un compañero. Viene a ser parecedio a lo del paseo. Al principio no hay atisbos del precipicio, del abismo que puede comernos al final. Intercambio y cuanto más avanzamos, la sensación de que en cualquier momento todo se puede venir abajo y de que puede establecerse una profunda incomodidad entre nosotros aumenta, y además le secunda la certeza de que ese rato será un mordisco de nada para el alma. No pasa nada de eso pero lucho por cada momento. Me siento como Martín Edén cuando camina por tierra, como si me tambalease. Fuera del barco, donde no sé caminar. Querer que termine pronto, que llegue pronto la parada porque alguien que es la némesis de la anciana paragüera dice que si es breve, podrá haber más ocasiones de encuentro mientras que si se alarga demasiado vendrá la bocanada de frío y no podremos volver a hablar ya más. Que un avance abrupto supondrá un retroceso enorme, una carrera hacia adelante muchos pasos de vuelta. De forma irremediable.

sábado, 7 de marzo de 2009

Un paseo

Un día de cada fin de semana salgo a la calle a dar una vuelta. Cuando hace buen tiempo está llena de gente. Pasear, esquivar. Pero está bien. El atardecer, el sol, la intensidad de los colores y las tonalidades distintas sobre los edificios y las personas. Por ejemplo el ladrillo rojo candente cuando el sol se empieza a marchar y esa misma pared en contraste con unos cimientos enterrados en la noche. Las prostitutas tristes de punta en blanco con la ropa de los chinos y joyas doradas mientras un grupo de hombres borrachos, de los que siempre están en el parque, se pican haciendo flexiones con una sola mano. Hay un círculo alrededor de uno que ya lleva unas veinte segun grita el coro. Despúes la maraña de gente otra vez: carritos de bebés que se abren paso a la fuerza y con lentitud. Una pareja que vuelve a la infancia cuando se mira a sí misma. Se tocan la piel de la cara y el pelo como si acabasen de descubrir la humanidad y fuese todo lo que existe, descubrimiento íntimo. Y policías. Muchos policías. Se puede ir con un abrigo ligero pero yo voy con bufanda de lana y abrigo de invierno porque estoy resfriado todo el año. Cuando enseño el vello grueso de los antebrazos atreviéndome con la manga corta enfermo durante días. Y aunque tengo un poco de calor, es agradable, noto el aire en la cara y en los dedos. Pasear, ver a toda esa gente y oir los fragmentos de conversación, que siempre resultan extraños o son la misma conversación que se va trasladando de lugar a través de las voces, de las personas.

Esto viene a ser así durante la primera hora, si, puede que dure una hora. A partir de ese momento la cosa cambia. Los mismos sitios, seguir esquivando, tropezar... una especie de sensación de hartazgo. Hartazgo, estar cansado por acumulación. Más gente, más librerías, más tiendas de música, cómics, de animales y sexshops... La irritabilidad creciente ante el contacto y el choque con los demás, sentimiento que al final me deja ese regustillo a vacío. No quiero nada de esto, no necesito nada de esto y la semana que viene volveré solo por esa primera hora, que queda exactamente con la misma fuerza que la segunda. Una huída a casa, ir tropezando más veces todavía porque tengo más prisa. La ganas de que el deseo pueda hacer de trasporte inmediato a mi cueva en función de su intensidad. Y además ya es de noche. Ya he agotado toda la luz de la tarde.