jueves, 12 de junio de 2008

En el hoyo de la avestruz

Parece mentira: no hay gusanos, tampoco raíces.
No hay resquicios de un yacimiento arqueológico, ni los huesos de algún cadaver oculto.
Cuando el avestruz saca la cabeza, lo que queda es un vacío que despide un olor a letargo.
Un agujero removido en el que en cuanto se cae, las paredes desparecen y ya no son tierra.
Son un espacio en blanco en que se olvida por qué se ha caído.

Más peligrosa que la huída ante un peligro,
real o no, es deslizarse adentro sin darse cuenta.

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