jueves, 27 de agosto de 2009

Aire acondicionado

Cuanto tiempo, oh, vosotros, con quienes sostengo una mirada fija de desafío en mi imaginación, cuanto tiempo sin hablar directamente, cuanto tiempo escondido. Exclamaciones.
Yo tampoco he tenido nada que decir. Llevo un mes metido en el desván intentando esquivar el calor. El verano, si no es junto a palmeras tropicales, música mejicana, zumos de piña y todas esas cosas que vienen a la cabeza cuando se mira una camiseta hawaiana, no es más que una impertinencia. El aliento que un dios grosero y hostil nos echa a la cara como burla. El suspiro de una diosa lejana que lleva el infierno dentro y alivia su dolor haciendonos consicentes de que se lamenta. Odio el verano si no es en circunstancias veraniegas. Alimenta a mi pereza, me aplasta, me deja sin fuerzas. Los aires acondicionados resecan las mucosas, y abundan las noticias con esos reportajes que convierten la playa en una escena del national geografic chabacano. Es tiempo de desarrollar la vida en el interior, de buscar el frío de la laja de la cuevas, de trazar definitivamente el plan para llevar este mundo mío hacia afuera, y destruir, dominar y someter al del exterior que otros a quienes invento, construyen. Duchas, helados de fresa, cubitos de hielo, lametones y refrescos. He desarrollado una cámara frigorífica interior, con la calma de una jungla de serie de televisión, domesticada. Leo mucho, como poco, me comunico todo lo que puedo, vivo en espera.



Yo tampoco he tenido mucho que decir. Y aún es verano.

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